miércoles, 22 de abril de 2009

Felicitas Guerrero y su alma en el espejo............



La noticia corrió como un réguero de pólvora entre la alta
sociedad de aquella ciudad de Buenos Aires de mediados del
siglo XIX. Carlos Guerrero había arreglado el matrimonio de
su hija Felicitas, una niña de quince años, con el poderoso
estanciero Martín Gregorio de Álzaga.
Pero muy pronto la desgracia asoló a Felicitas, el primer hijo
de la pareja murió a los tres años, víctima de la fiebre
amarilla, pocos meses después pierde un embarazo,
cerrándose el primer capítulo de su trágica vida con la muerte
de su marido.
Felicitas, cuentan las crónicas de la época, era considerada
una mujer de una belleza excepcional y se convirtió en la
obsesión de Enrique Ocampo. Sin embargo, varios años
después de enviudar, decidió volver a casarse, pero con el
estanciero Samuel Sáenz Valiente.
La noche del 30 de enero, la familia Guerrero se disponía a
cenar, en su residencia de Barracas, con el novio de Felicitas.
Intempestivamente irrumpió en la casa Enrique Ocampo,
disparándole y matando a la muchacha para luego suicidarse.
Felicitas Guerrero tenía veintisiete años

Para quienes conocen su historia, el nombre de Felicitas Guadalupe Guerrero y Cueto es considerado sinónimo de tragedia o, peor aún, de maldición familiar. Cuando sólo contaba con quince años de edad, sus padres la obligaron a casarse con un hombre cuarenta y cinco años mayor que ella; el primero de sus hijos murió a causa de la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1869 y el segundo, a pocos días de nacer. Su esposo, don Martín Gregorio de Álzaga -nieto de su casi homónimo Martín de Álzaga, que fuera fusilado en la actual Plaza de Mayo en 1812 bajo el cargo de conspiración- sobrevivió muy poco al segundo hijo, dejándola viuda a los 26 años. Por último, ella fue asesinada a tiros por Enrique Ocampo, un pretendiente desairado que en el mismo acto, y siempre de acuerdo con el dudoso relato oficial de los hechos, se suicidó.

Como es sabido, los eventos referidos han dado origen a algunas leyendas de maldiciones y fantasmas que ya forman parte del folclore de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, poco es lo que se ha divulgado acerca de lo que sucedió después de ese luctuoso episodio y de uno de sus protagonistas.

Cristian Demaría era primo de Felicitas y estuvo en la escena de las dos sangrientas muertes. A su presencia en ese lugar no suele otorgársele más importancia que la de haber sido testigo de los hechos e intentado auxiliar a la víctima. Sin embargo, hay indicios de su intervención no fue irrelevante y quizás haya cambiado el rumbo de los acontecimientos.

Si bien es improbable que se lo hubiese confesado, Demaría amaba a su prima, presumiblemente desde la niñez. Este hecho está suficientemente documentado en varias cartas de su puño y letra que primero fueron celosamente guardadas por la familia y sólo dadas a conocer transcurridos algunos años desde su muerte. En ellas Cristian declara su desazón ante un impedimento definitivo que pesaba sobre sus pretensiones: el parentesco relativamente cercano que, paradójicamente, lo alejaba de su amor. Por esa razón se mantuvo siempre cerca de ella, pero sin manifestar sus verdaderos sentimientos que, lo sabía perfectamente, sólo le granjearían un categórico rechazo general.

El camino que siguen los enamorados es muchas veces inexplicable. Cuando fue anunciado el enlace entre la hija de los Guerrero y Álzaga, Demaría quedó al principio sumido en el más profundo desconsuelo, pero pronto imaginó un extraño paliativo: haría un presente de bodas magnífico, inigualable. De esa manera, en su dolorida interpretación, Felicitas jamás se desprendería algo tan valioso y siempre recordaría a su generoso obsequiante.

A pesar de su juventud, Cristian no tenía impedimentos para elegir el regalo que desease. Su familia, sin acercarse a poseer una fortuna como la de Álzaga, gozaba de una posición más que acomodada, lo que le permitió decidirse por un costosísimo espejo fabricado en la cristalería más importante de Praga. Se trataba de una luna (espejo de gran tamaño) de bordes exquisitamente biselados y tallados a mano por artesanos expertos. Pesaba más de cien kilos y su altura superaba holgadamente a la de una persona. Su marco, con el que el plano del espejo formaba una sola pieza, era de cristal dorado delicadamente trabajado, finos hilos de ese material se entrelazaban semejando una bellísima filigrana. Se trataba de una pieza única y como tal fue recibida por los contrayentes.

En la mañana del día del enlace, el espléndido obsequio llegó a la quinta de los Álzaga, provocando la admiración de todos los presentes. Por la noche, durante la recepción que allí se ofrecía, Demaría pudo comprobar que el espejo ya había sido emplazado en la sala de la casa que habitarían los flamantes esposos y tuvo la oportunidad de verse reflejado en esa hermosa luna junto a su secreta amada. Ambos reían, pero el rostro de ella mostraba un sutil dejo de tristeza. Cristian creyó adivinar la causa y decidió que esa imagen, como un retrato de enamorados, perduraría en sus retinas para siempre.

Lo que sucedió años después es incierto -las familias patricias son celosas de su imagen pública y gozan del poder y el dinero suficientes para ocultar sus miserias- pero en todo momento, se tuvo la certeza del valor demostrado por Demaría, quien por esa razón se hizo acreedor de la sincera gratitud de los Guerrero.

Fue entonces que una idea empezó a rondar la cabeza del enamorado: ¿Sería posible quedarse con el espejo que los había visto juntos la noche en que la sintió alejarse para siempre y que constituía el único recuerdo de su amor frustrado?. Sobreponiéndose a los prejuicios de su clase, avergonzado e incómodo, hizo el pedido que fue, naturalmente, satisfecho.

Así, la hermosa luna pasó a ocupar un sitio preferencial en casa de Cristian.

Al poco tiempo, cosas extrañas empezaron a suceder en ese lugar. En algunas espístolas dirigidas a sus amigos íntimos, el joven refiere la visión de extrañas figuras en el espejo y confiesa su temor de estar enloqueciendo. Esos inexplicables fenómenos se repitieron casi todas las noches durante años, hasta que recibió el consejo de deshacerse de la luna maldita que, -recién entonces reparó en ello- fue testigo del asesinato. Es así que hizo gestiones para que el espejo se ubicara en la iglesia recientemente erigida en honor de su prima, en el convencimiento de que, tratándose de un lugar santo, el hechizo quedaría conjurado.

Inicialmente, el párroco se negó ya que es tradición no colocar espejos en presencia de imágenes sagradas y sólo accedió a ubicarlo en una dependencia del templo alejada de la nave principal. A partir de ese momento, el escepticismo con que, salvo Demaría, todos habían considerado el asunto se derrumbó. El sacristán, algunos auxiliares de la iglesia y hasta el mismo sacerdote fueron testigos de extraños sonidos y apariciones que ya ni siquiera esperaban las tinieblas nocturnas para manifestarse. La luna parecía estar poseída por una fuerza siniestra que abría una brecha con el mundo de los muertos aterrorizando a todos. Fue por eso que, como recurso extremo, el cura decidió pedir ayuda a sus superiores y, luego de innumerables estudios teológicos, fue decidido el exorcismo del demoníaco cristal.

La ceremonia se realizó solemnemente de acuerdo al rito arcaico y el resultado fue sorprendente: la luna fue perdiendo poco a poco su capa plateada hasta convertirse en un vidrio tan increíblemente oscuro que parecía absorber toda luz. Cuentan los que tuvieron el coraje de pararse ante él que la visión de ese abismo atezado era sobrecogedora e inexplicablemente se percibía un mundo ominoso del otro lado.

El hechizo no concluyó ahí; si bien un velo maligno impedía toda visión en el espejo, las apariciones se trasladaron a los cristales de las ventanas y puertas cercanas, a las vasijas, lámparas, candelabros o cualquier otro objeto vítreo. Eventualmente, furtivas figuras deambulaban efímeramente por el recinto sin comunicarse jamás con sus aturdidos testigos. Tan grande fue el desconcierto del párroco que finalmente ordenó la destrucción de cristal, trabajo que ejecutaron a mazazos -no sin esfuerzo ya que el material poseía una dureza inusitada- varios herreros de establecimientos cercanos, a los que se les ocultó el verdadero propósito de lo que estaban haciendo para evitar su segura negativa a colaborar. Finalmente, los añicos resultantes fueron rociados con agua bendita y desparramados con rezos por toda la vecindad, en la creencia de que la dispersión debilitaría el encantamiento.

Sin embargo, este procedimiento no parece haber surtido efecto. Desde ese momento y hasta el día de hoy -fines del Siglo XX- son numerosos los testimonios acerca de seres extraños que se muestran y desaparecen súbitamente en calles y casas e imágenes inexplicables y sobrecogedoras en las ventanas y vitrinas de las viviendas de la zona, en los escaparates de los comercios y hasta en las ventanillas de los automóviles que quedan estacionados por las noches en las calles cercanas a la iglesia de Santa Felicitas.

7 comentarios:

  1. Muy bueno el cuento del espejo, poco creíble, pero bien escrito.
    La foto que colocaste primero a la izquierda, no es Felicitas, fue la tapa del libro de Ana Cabrera, pero no es Felicitas, es alquien de la flia. Guerrero, han agregado un postizo y photoshopeado la foto para que parezca antigua, pero no es ella. La del daguerrotipo ampliado, sí lo es (es la única imagen verdadera que existe). La imagen de la derecha es del documental "El retrato de Felicitas" de Alexis Puig y la protagonista es Raquel Soaje.
    Bueno el relato.
    Mabel

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  2. Gracias por tu comentario Mabel, es verdad lo que corresponde la libro y su portada, pero me gustó la idea de mezclar un poco de fantasía y misterio con la realidad.

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  3. una pregunta... pero en realidad el le regalo a su prima el espejo? o es fantasia?

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  4. ante descreer las cosas, vayan y saquence las dudas, investiguen. Un fenómeno paranormal es aquel que:
    No ha sido explicado en términos de la ciencia actual;
    Únicamente se puede explicar mediante una amplia revisión de los principios de base de la ciencia;
    No es compatible con la norma de las percepciones, de las creencias y de las expectativas referentes a la realidad.

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    1. muy bueno, soy fanatica del castillo de los Guerrero,tiene magia, cada vez que paso por alli y desde chica, me transporto es como magico.Buenisimo

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    2. estoy de acuerdo y el misterio es parte de la vida misma.

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  5. Felicias dicen que ayudas en el tema del amor... te ruego me ayudes a volver con LOP qye todo sea como antes y mejor aun, que venga, me vuelva a llamar, te lo suplico... a cambio te prometo darle solo felicidad amor todo lo que este a mi alcance para darle felicidad, comprension y fidelidad y a vos hacerte una novena por tu descanso eterno.GRACIAS!!! MSF

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