sábado, 4 de abril de 2009

Las hilanderas y un lago azul...................

Llegué al aeropuerto de Asunción una mañana de Julio y me impregnó inmediatamente un aroma cítrico en el aire, cada ciudad tiene su propio olor que la hace inconfundible.

Fui, como es mi costumbre, a la Dirección de Turismo -nunca viajo en un tour- a buscar algún lugar de alojamiento y una agencia de alquiler de autos. En dos horas tenía un "escarabajo" negro en la puerta de un pequeño departamento sobre la Avenida Pettirossi, cerca del centro .

Comencé entonces a planificar mi recorrido por las tierras guaraníes, mi primer objetivo era por supuesto, llegar a la reserva de los indios Matá (confinados desde hacía unos años a unas pocas hectáreas), pero busqué trazar una ruta de reconocimiento de esas tierras coloradas que me revelaran sitios nuevos y como siempre sorprendentes. Mi primer destino fue encontrar el lago eternamente azul -según dice la canción- de Ypacaraí y por supuesto hasta allí me dirigí con un mapa de ruta y mi intriga como equipaje ...........

Según la leyenda, se formó cuando en 1603 el misionero Luis de Bolaños conjuró las aguas que inundaron el valle del Pirayú. De ahí su nombre que en guaraní significa: 'aguas que dejaron de fluir al ser bendecidas'. En sus orillas se asientan las ciudades turísticas de San Bernardino y Areguá.

El camino es sorprendente, la tierra de un color rojo increíble, la vegetación de verdes casi desafiantes y mórbidos , la compañía invasora de las aves y el aire cítrico que acelera la sensualidad. Sensual, esa es la palabra que me recuerda mis días en el país hermano, esa era la impronta constante que experimentaba. La ruta vá desnudando trás cada curva una imágen cada vez más seductora, altos y bajos viboreantes, flores aterciopeladas e iridiscentes provocativamente colocadas por ese paisaje selvático y los pájaros ..........................................

En el camino me esperaba Itaguá, la tierra del ñandutí, con sus obras de arte y las manos femeninas que lo realizan. Esas manos..............................Con sabiduría y destreza ancestral elaboran los encajes que simulan el tramado de una tela de araña.....................me deslumbraron y pensé : las mismas manos que hacen estos "milagros" de belleza tambien pueden matar, pueden destruír, pero tambien sanan, acarician, consuelan y construyen. No supe con qué quedarme , traje de cada una lo que más me maravilló y conservo hoy esas piezas como parte de un camino que no pienso dejar de recorrer mientras viva, el camino de descubrir con estupor la vida del universo.....................................................

jueves, 2 de abril de 2009

Los hijos de las piedras


Los hijos de las piedras







La naturaleza no sólo dejó huella de sus delirios escultóricos en Talampaya (La Rioja), Ischigualasto (San Juan), Sierra de las Quijadas (San Luis) o el Cañón del Atuel (Mendoza). También la apacible serranía cordobesa atesora escenarios dignos de la fantasía más desbordada. La cartografía los sitúa en un rincón del Valle de Punilla, no lejos de Capilla del Monte. Sin embargo, parecen de otro mundo.La primera extravagancia geológica no se hace desear. Apenas un kilómetro al norte de la localidad serrana, por la ruta nacional 38, surge un enorme pedrón al que las fuerzas erosivas impusieron una apariencia familiar y la gente llamó El Zapato.Bajo su "suela", cuenta la "leyenda", los caciques comechingones se reunían a deliberar cada trece lunas, mientras hechiceros y magos pedían a los dioses que les concedieran la sabiduría necesaria para guiar a los suyos.Más adelante, en Los Mogotes y Los Paredones, el río Dolores discurre entre imponentes crestas de piedra cenicienta, que engalanan líquenes y claveles del aire. Pero hay que abordar el ripio de la ruta provincial 17 -que nace a nueve kilómetros de Capilla del Monte- para degustar los platos fuertes de la comarca.


La paciente labor de los elementos horadó en estas moles una multitud de abrigos. Entre ellos está la célebre Gruta de Ongamira. En 1940, excavando su piso, Aníbal Montes y Alberto Rex González rescataron restos humanos, utensilios y piedras pintadas de sus antiguos moradores. El análisis de estos vestigios -y los aportados una década después por arqueólogos de la Universidad de La Plata- permitió saber que cinco mil años atrás frecuentaban el lugar cazadores de hábitos nómades y cabeza alargada. Luego (hace unos mil años) aparecieron en escena los barbados comechingones y, de su mano, la agricultura, la cerámica y la cría de llamas.


Con ellos se toparon los conquistadores. Resultaron un hueso duro de roer. Los comarcanos, por ejemplo, no se contentaron con forzar más de una retirada. También arrasaron el cercano fuerte de Escobasacat (actual Escoba), que desde el episodio pasó a ser conocido como de la Malaventura. Y no pararon hasta matar en 1574 al capitán Blas de Rosales, compañero de aventuras de Jerónimo Luis de Cabrera -el fundador de Córdoba- y primer encomendero de Ongamira. Así frustraron sus planes de consagrar la zona al cultivo de caña de azúcar y a la extracción de minerales. Según la tradición, los indios se refugiaron en lo alto del cerro Charalqueta, que les servía de oratorio. Desde allí, fuera del alcance de los arcabuces, se divirtieron burlándose del piquete punitivo. Pero los enfurecidos españoles rodearon el peñón y, por el poniente, dieron con la manera de asaltar las alturas a caballo. La cosa acabó en una impiadosa matanza, que apagó para siempre la resistencia nativa. A consecuencia del desastre, los comechingones dejaron de venerar el cerro y lo rebautizaron Colchiqui (por Chiqui, el dios de la fatalidad).Hoy se lo llama Calchaquín, en honor al cacique que encabezó el ataque a Rosales. Sus 1.575 metros -erguidos en majestuosa soledad- regalan una vista formidable del valle. Similar recompensa -aunque menor esfuerzo- espera a quien trepe hasta el mirador de los "terrones de brasa". Es la estación terminal del sendero que visita la Gruta de Ongamira -ahora poblada por una imagen de la Virgen- y otras fantásticas hechuras de la alianza entre y eternidad. No hay mejor atalaya para entender por qué uno de los accesos a Ongamira -el oriental- lleva por nombre Puerta del Cielo.